sábado, 3 de septiembre de 2011

Canción de Adiós.


A él solía gustarle la manera en la que ella echaba a correr hacia el mar hasta alcanzar la orilla. Ella no dejaba que sus dedos se mojaran y miraba al infinito mar como si tuviese algo que gritarle.

Pasaban las tardes en continuo silencio. La arena almacenaba sus pisadas como tesoros hasta que el agua borraba cualquier rastro de que hubiesen estado allí.

Tardaron años en encontrarse de nuevo. Las miradas se volvieron cansadas y en ellas habían mil cosas que contar y algún que otro perdón por decir. Pero nunca llegaron a dejarlos escapar.

A él le gustaba ver como ella se vestía después de hacer el amor. A ella le gustaba que él le quitase la ropa despacio y almacenase en su mente cada uno de sus lunares "-Para que nunca me olvides"- solían decir los dos.


Después el frío se llevo sus abrazos. Los recuerdos se olvidaron y entraron en juego otros nombres.

Él no veía en ella más que una niña que jugaba con el mar a grabar su futuro con los pies sobre la arena y a ponerse alas que nunca llegaron a crecer del todo. A ella se le hicieron invierno sus ojos de otoño y olvido buscarlo de cuando en cuándo tan sólo para buscarse a ella misma.


Y ambos confundieron sus voces con otras extrañas. Aprendieron a odiarse como sabían amarse.

Se equivocaron de parada algunos meses antes de que la verdadera estación llegase a sus vidas.

Y ninguno de los dos volvió atrás su cabeza para ver si aún seguían sus pasos sobre la arena.

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