¿A quién le importa cuánto tarde el sol en aparecer por mi ventana? Hoy no es más que una sombra de todo aquello que estuve soñando ayer.
Y la realidad no es menos efímera por mucho que me empeñe en atraparla entre mis dedos, captando cualquier resquicio de recuerdos que me lleven a pensar que nunca fue un sueño todo aquello que me hizo sentir y curvar mis labios ayer.
Me apetece caminar descalza sobre la lluvia seca. Llevo varios días dandole vueltas a la idea del contacto de las pequeñas hojas con mis dedos de los pies, y cuanto más lo pienso, más apetecible se me hace abandonar este cuarto lúgubre de deseos y primeras impresiones y dejarme llevar al paraíso de los sentidos y los ojos cerrados.
¿Me escuchas?
Al menos no voy a tener que arrepentirme más de cuánto dejé por hacer, porque al fin y al cabo, acabé haciendo todo cuanto pude por no dejarme atrás nada. Y si lo hice fue, porque al fin y al cabo, no siempre las palabras dependen de tus propios labios,
A todos nos va mucho eso de decir que el tiempo es el más sabio guía que podemos tener en este nuestro sendero a través de los continuos tropiezos errantes que suele ser la vida. Pero a pocos se les ha ocurrido pensar que quizás, el tiempo solo nos preste parte de su sabiduría y que al fin y al cabo, nosotros somos parte de esos minutos que dejamos escapar para convertirse en horas.
El juego de muchos suele ser a menudo dolor y vacio para uno sólo, y si he de elegir en que parte de mi vida quiero enterrar mi hacha de guerra, seguramente elija aquella en la que el espejo no mostraba más que una sonrisa y el fondo de mi habitación estaba tapizado de recuerdos.
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