lunes, 22 de octubre de 2012

Otro día en mi mundo.

¿A quién le importa cuánto tarde el sol en  aparecer por mi ventana? Hoy no es más que una sombra de todo aquello que estuve soñando ayer.

Y la realidad no es menos efímera por mucho que me empeñe en atraparla entre mis dedos, captando cualquier resquicio de recuerdos que me lleven a pensar que nunca fue un sueño todo aquello que me hizo sentir y curvar mis labios ayer.

Me apetece caminar descalza sobre la lluvia seca. Llevo varios días dandole vueltas a la idea del contacto de las pequeñas hojas con mis dedos de los pies, y cuanto más lo pienso, más apetecible se me hace abandonar este cuarto lúgubre de deseos y primeras impresiones y dejarme llevar al paraíso de los sentidos y los ojos cerrados.

¿Me escuchas?

Al  menos no voy a tener que arrepentirme más de cuánto dejé por hacer, porque al fin y al cabo, acabé haciendo todo cuanto pude por no dejarme atrás nada. Y si lo hice fue, porque al fin y al cabo, no siempre las palabras dependen de tus propios labios,

A todos nos va mucho eso de decir que el tiempo es el más sabio guía que podemos tener en este nuestro sendero a través de los continuos tropiezos errantes que suele ser la vida. Pero a pocos se les ha ocurrido pensar que quizás, el tiempo solo nos preste parte de su sabiduría y que al fin y al cabo, nosotros somos parte de esos minutos que dejamos escapar para convertirse en horas.

El juego de muchos suele ser a menudo dolor y vacio para uno sólo, y si he de elegir en que parte de mi vida quiero enterrar mi hacha de guerra, seguramente elija aquella en la que el espejo no mostraba más que una sonrisa y el fondo de mi habitación estaba tapizado de recuerdos.

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