Volar nunca me pareció tan dificil.
Yo, simplemente abro los brazos y dejo que el viento me meza, sin control, llevada por las corrientes de aries fríos que me suelen cortar los suspiros y hacen que los confunda con ellas mismas.
Me gusta extender las manos y atrapar entre ellos toda la nada de mi alrededor, como si pudiese albergar la vida en un abrazo o parar el tiempo con la yema de los dedos mientras bajo de mi, la tierra sigue girando y alejándose cada vez más.
Suelo tener problemas si paso mucho tiempo con los ojos abiertos y tiendo a marearme de palabras cuando permanezco mucho callada, así que no te extrañe que me quede dormida y te ensilencie con mis monólgos adormecidos o despiertos, depende de si llueve o hace sol.
Creo que es por eso por lo que a veces cierro los ojos, mientras las gotas de lluvia empapan mis pestañas y confundo lo oscuro de mi mente con la oscuridad de las profundidades marinas. Es entonces cuando comienzo a preguntarme si vuelo o nado. Si estoy sumergida en un mar de dudas o en un viento huracanado de locura.
Porque siento que mi mente se vuelve lista, pero mi cabeza se vuelve tonta.
Y no me hacen falta más alas que el latir contínuo de mi pecho para alcanzar el amanecer.
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