martes, 27 de julio de 2010

Cosas que no pueden ser.


Momentos que cambian el Sur con sólo cerrar los ojos y darse cuenta de la oscuridad que albergan. Otros que te devuelven el Norte que creías perdido cuando te iluminan con charlas improvisadas.

Hoy ha sido uno de los últimos.

Está claro que él tiene todo lo que yo pediría para ser feliz. La labia, el atractivo, el morbo, la sensatez, la cultura,incluso los sueños. Sin embargo, hay trenes que tan sólo pasan una vez en tu vida, y otros que ni siquiera llegan a tu estación, sino a la de enfrente, y tu los ves pasar con ojos serenos, como quien espera un milagro pero tiene aceptado que no va a suceder.

Me basta mirarlo para saber que es una gran persona. Me trasmite la tranquilidad que sólo tengo con algunos, y eso es algo que pocas veces llego a rozar con los dedos.

Hay veces que lo olvidado no está muerto, sino dormido esperando el amanecer de un nuevo día. Como las ramas que aún arden bajo la sequedad de una hoguera recien apagada. Las brasas que quedan tras un tiempo, y la ceniza incandescente que alberga la esperanza de resugir.


Sólo es necesario saber hacer salir el sol. Levantar las ramas que quedaron tras el fuego y abrir los ojos para descubrir la claridad de lo que se creía apagado.


Aún así. Nunca es tarde para comenzar de nuevo, partiendo desde cero, obviamente.



Esque tengo la sensación de que siempre ha habido un punto cero en este caso. Siempre ha habido unos cimientos en este edificio, y que sin embargo, el tiempo ha hecho que la arena se acumule sobre ellos tapandolos una y otra vez una y otra vez hasta finalmente hacer como si no hubiese nada.


Me basta un terremoto para mover toda la tierra de encima y que salga de dentro. Eso lo tengo claro.

Y por otra parte...



Creo que a él le pasa lo mismo.

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