domingo, 8 de agosto de 2010

1942 -II-

Fue tan rápido como le permitió el pedal del acelerador. Le sudaban las manos, aunque no estaba muy seguro si era sudor o restos del agua que empapaba la luna del coche.

Miró por el espejo retrovisor esperando encontrar dos faros de un coche persiguiendole, pero se encontró con la soledad de la noche y algún que otro coche enlentecido por la lluvia que se alejaba de su camino a medida que él avanzada. Se acomodó en el asiento, algo más relajado y echó un vistazo a su acompañante.

Había bajado el quitasol y se miraba en el espejo pequeñito, retocandose el escaso maquillaje que se había dispersado en su cara, dejándole la apariencia de una vagabunda llorosa y ébria, o de algo peor, en lo que el chico no quiso pensar.

Ella pareció darse cuenta de que la estaba observando, y le regaló media sonrisa mientras volvía a poner el quitasol en su posición.

-Adrianne.- dijo mientras buscaba algo en su pequeño bolso empapado.

Él lo entendió como su nombre pero en lugar de decirle el suyo giró su mirada a la carretera, como si lo hubiese pillado infraganti.

Le había besado. Sin motivo. sin conocerlo. Sin ni siquiera saber su nombre. Desde luego, su acompañante improvisada era una chica de las que su tia. que paz descansaba afortunadamente, le habría advertido alejarse. Si por ella hubiera sido la habría dejado en la parada de algún tranvía como buen caballero y se hubiese marchado para hacer como si nunca hubiese sucedido.

Pero él no era así. O al menos no fue así con la tal Adrianne. Le intrigaba. En el pub le había parecido una snob acompañada de un futuro prometido rico, como tantas otras que paseaban por allí, y por consiguiente no le había prestado mucha atención hasta que ella fue la que empezó a mirarlo.Eso era lo especial.

Normalmente las chicas de su edad y ámbito social apenas si hablaban con desconocidos y menos en presencia de su prometido, o marido, pues no sabía quien era aquel hombre. Pero aquel chico parecía estar sufriendo enormemente por la mirada suplicante que le propiciaba a la chica. Parecía ser ella quien tuviese el control. Y aún así el creía que el hombre le estaría persiguiendo por raptarla.

Raptarla.

¿Era eso lo que había hecho?

La chica había sacado una caja de cigarrillos de su bolso y tras colocar uno en su fino palo de fumar, había comenzado a aspirar el humo con la elegancia de una dama adinerada, la curiosidad de una adolescente y la sensualidad de aquello con lo que la había comparado en su mente con anterioridad.


El olor a tabaco lo hizo girar la cabeza en su dirección y se encontró con los de Adrianne. Profundos. Negros, grandes y almendrados.

Olvidó toda intención de pedirle que apagase el cigarro y por toda acción, cambió a quinta y sin querer tomó la avenida que llevaba hacia la salida de la ciudad.


-No me gustan tus ojos.- dijo la recien conocida desconocida.- son demasiado verdes. Mi padre solía decir que los ojos verdes no son naturales. Son un pacto con los Dioses demasiado obvio como para tener confianza hacia esa persona... pero, ya sabes, son solo habladurías de un viejo chiflado. Oh Dios... como hecho de menos sus prohibiciones.- dijo sonriendo de manera afable.

El chico resopló, desconcertado. ¿Estaba intentando empezar una conversación amable e informal, por medio de una crítica a sus ojos? No era muy buena manera de comenzarla. Además ¿Es que no iba a contarle nada del beso, ni del por qué quería huir? estaba claro que quería huír. ¿Pero de qué?

-Tampoco le gustaba que fumase.- dijo, agitando el cigarro y esparciendo las cenizas por el asiento- y mírame...

El chico le dedicó una mirada al retrovisor en lugar de a la chica. Le había incomodado esa frase No era un simple "mirame, ahora fumo" era una proposición a mirarla. Se sintió sonrojar. Y su gesto fue en aumento con la carcajada que emitió su acompañante a continuación.

-Oh... Dios... eres sólo un niño.- dijo Adrianne.

-Tengo 24 años.- se sorprendió el mismo diciendo.
-Vaya... justo dos más que yo. Eso me confirma que eres un crío.- y volvió a sonreir.

Adrianne estaba empezando a resultar un poco molesta y el chico se dió cuenta que no sabía donde iba, cuando tomó la salida hacia un bosque cercano.

Apagó el motor cuando llegó al lugar más iluminado, y posó su cabeza sobre el volante. Confundido, agotado, sorprendido, enojado.

Al hacerlo vió la hora que marcaba su reloj de pulsera. las 3 am. A esa hora debía estar ya dormido y así poderse levantar mañana con el alba, para trabajar.

-Oh, vamos.- dijo la chica que pensó que estaba llorando, y se acercó a el medio acuclillandose en su sillón y acariciando el pelo del chico.- no está tan mal ser un crío. De hecho yo lo soy a veces.

Giró de nuevo su rostro al de la chica. De nuevo los ojos negros y profundos lo miraban con mirada ininteligible. Ardiente. Cariñosa. Inteligente. Suya.

Y la besó.















[Si me quieres dibujar prefiero el gris.]

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