jueves, 5 de agosto de 2010

1942 -I-

Intentó ocultar la sonrisa entre las manos, pero apenas logró disimular los hoyuelos de sus dos mejillas. Últimamente reía por todo. Lloraba por nada. O al menos, por lo que los demás consideraban nada.

Bebió otro sorbo de su ya apurada copa de whisky mientras jugaba a clavar las pupilas en las de su acompañante. Él hacía lo mismo pero con semblante serio, casi suplicante y furioso.

Ella cruzó las piernas al tiempo que dejaba la copa en la mesa que habían elegido para la cita. No muy lejos de la puerta, pero apartada de los demás por el biombo que separaba la sala principal de la reservada. Apartó la mirada del chico, divertida y la posó sobre las gotas que marcaban un ténue recorrido sobre el cristal del bar, o eso quería hacer pensar.Quizás es que miraba al sombrero negro que envolvía unos cabellos dorados que enmarcaban un rostro pálido con labios rojos, devolviendole la mirada.

No se había percatado hasta ahora que fuera había comenzado a llover.


-Esto tiene que acabar.- dijo el chico,poniendo con gesto autoritario la copa sobre la mesa a escasos centímetros de la mano de ella.

Pero la dama, no se sobresaltó. De hecho ni siquiera pareció inmutarse.

Los charcos se iban acumulando en las aceras hasta hacía algunos momentos llenas de personas. Ahora, las únicas personas que se aventuraban al frío del exterior entraban corriendo al pub, o en su defecto, acomodaban sus sombreros en una carrera inminente hacia su destino.

Él abrió mucho los ojos ante los desprecios de la chica. Con la mandíbula desencajada y a punto de saltar de la silla, que comenzaba a resistirse a los movimientos nerviosos del hombre.

El camarero interrumpió el silencio denso de la mesa preguntando si querían otra copa, y recogiendo la de la chica, que apenas le dedicó una sonrisa y se apresuró a demostrar su contrariedad a la proposición.

Para Él eso fue la gota que colmó el vaso y por toda respuesta, emitió una sonora carcajada cuando el camarero se alejó de la mesa. Había acabado ya su turno.

La chica giró la cabeza ante la risa de su acompañante, y su compuso un gesto asustado que disimuló buscando en su bolso un abanico de plumas. No recordaba porqué se había puesto guantes aquel día. Pero se arrepintió al dejar caer el estuche de cashemire de su diminuto bolso, partiendolo en mil pedazos.

Era la señal que esperaba.La chica se levantó de la mesa, y a la par lo hizo su acompañante, intentando retenerla sin mucho entusiasmo.

Ella no le dedicó más de tres segundos a la despedida, nada más que un pestañeo y puso fin a tres años de desconcierto. Él la vió salir con su vestido negro de flecos y empaparse los cabellos al girar la esquina, sin preocuparse mucho por el rumbo de ella y encendiendo un puro que sacó de su bolsillo. Dió una calada honda, y por primera vez en tres años, respiró.


Notaba como se le pegaba el pelo a la cara a medida que avanzaba por la calle casi a oscuras. Sintió el frío de su vestido pegado a la piel, pero no le importó demasiado. Giró la esquina y ... allí estaba.


El camarero había terminado por fin su turno. Deseaba llegar temprano a casa, no le gustaba conducir lloviendo, y menos aún la vieja máquina que tenía por coche. Salió del pub a toda prisa y se quitó la chaqueta del uniforme empapandose tan sólo la camisa blanca, y poniendo esta a cubierto dentro del auto, mientras el daba cuerda al coche con la manivela.

El cielo parecía querer caer y cuando el traqueteo de la máquina le hizo saber que estaba lista para arrancar, le sorprendió el reflejo de una chica empapada frente a él. La misma chica que había pedido un whisky doble y lo había depositado poco a poco en el jarrón de la mesa donde estaba cuando no miraba su acompañante. La misma chica que había estado mirandolo toda la noche a través de su espejo de cashemire mientras fingía maquillarse. La misma chica que disimuló una sonrisa cuando él dejó caer dos vasos al sentirse observado.

Se levantó de la acera, donde estaba acuclillado con la sensación de estar metido en una piscina y el leve claf claf de los calcetines mojados.

La chica se acercó a él, apartó los mechones de su cabello de los ojos y dijo, casi en un susurro:

-Llevame lejos, dónde el sol tenga miedo de vernos salir y la luna sea demasiado tímida para seguirnos.-

Y le besó.

Él, la metió en el coche y arrancó.

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