viernes, 27 de agosto de 2010

Mucha mierda.



Siento como cae el telón poco a poco. Como el peso de la gran cortina me deja la espalda al descubierto. Como los que aplauden- satisfechos o no con la función- se regodean ante el final del espectáculo.

Son sólo rostros, que sin estar mal iluminados parecen ensombrecidos por el propio caer de sus pestañas. O al menos, eso es lo que me parece a mi.


Me regalan sonrisas cínicas de cuando en cuando, sin hacer mucho ahínco en fingirlas demasiado.Tanto que alguna que otra vez han dejado escapar leves gestos toscos de autosuficiencia y superioridad. De desdén y seguridad plena en si mismos. Enorgullecidos del final de tu momento. Contrariados con la idea de que seas tu quién se haya subido al escenario, y a la vez, satisfechos de que no todo haya salido bien en la representación.


Por otro lado estan los gestos serios, como los suelo llamar. Los que siempre apostaron por ti. Los que se sintieron decepcionados por ver tus gorgoritos sobre un teatro de ciudad y no sobre Brodway. Los que, sin embargo, jamás creyeron suficiente el talento que ibas adquieriendo poco a poco. Los que decían saber que es lo mejor para ti. Para tu vida. Tu futuro.


Tiendes a rodearte de abanicos que esconden sonrisas maquiavélicas, en champán barato servido en copas caras. En carcajadas al unísono que se descordinan con las tuyas...

Porque sabes que tu también querías volar lejos como los pájaros algun día. Sabes que tu querrías ser tan insulsa como tus acompañantes para poder reirte de la vida de los demás y así olvidar la tuya propia.

Porque sabes que tu verdadera función, comienza, una vez caído el telón.

jueves, 19 de agosto de 2010

Tu risa...

Es como insuflar aire en los pulmones sin miedo a que el dolor te encoja el pecho. Como una ráfaga de viento fresco al final de una tarde de verano. Como la risa sencilla de un niño y su carcajear continuo sin razón alguna. Como el caramelo líquido que se queda bajo el flan. Cómo el olor a césped recien cortado, a canela y a dama de noche. Como las últimas gotas de lluvia que caen lozanas y dejan ver el arcoiris a través de ellas.


Así de simple. Así de transparente. Así de esencial, de imprescindible, de inapreciable, de silenciosa, de ruidosa... Así es para mí.


Esta vez no voy a decir que me gusta. Que podría llegar a enamorarme de él. Que sería tan fácil contradecirme en todo lo que he dicho, tan sólo porque él alguna vez leyese estas líneas que ahora escribo y se sintiese identificado. Contrariado y para nada sorprendido.

Esta vez no voy a arrojar los dados sin mirar las cartas que él lleva antes. Porque quiero disfrutar cada segundo que tenga y morder despacio los momentos que la vida quiera regalarme.




Sé que hay mil maneras de perder y tan sólo una de ganar.



Y me conozco tan bien para saber que no sé arriesgar hasta que llega el final.

lunes, 9 de agosto de 2010

Paisajismo,espejismo... llámalo como quieras.

No es lo mismo ser tonto, que hacerse el tonto.





Me duele porque tan sólo quería jugar contigo a los castillos de arena sobre el agua. Me duele porque tan sólo quería pintar ,contigo,el viento de mil colores. Me duele porque yo fui la niña que intentó cazar mariposas en una pecera mientras me prestabas tus redes. Me duele porque yo imaginaba blancas fortalezas entre tus sábanas.

Yo sólo quería hablar de nuestros amores sin necesidad de reprimirnos. Quería que el silencio entre nosotros fuese incómodo tan sólo tras tres horas sin hablarnos. Quería llegar a conocerte para tratar de entenderte. Quería simplemente ser tu amiga, y nada más.



Por suerte me di cuenta que las mariposas se escapaban entre las redes que sutilmente entretejías para mí. Comprendí que las témperas no se secan sobre el viento, Comprobé que los castillos de arena sobre el agua se convierten en fango y que, para ti, sólo era otra más en el lio de fortalezas de entre tus sábanas.


Intenté ponerle a cada color su nombre, para que intentasemos de nuevo pintar-ahora con acuarela- sobre un nuevo lienzo , totalmente distinto del anterior, y sin nada que ver con tus sábanas.



Pero yo no quería mezclar los colores primarios para dar lugar a otros complejos.Tu querías pintar abstracto y yo prefería ser realísta. Tú me prometías una obra maestra y yo te miraba contrariada imaginando nuestro cuadro en mi salón. Preferías saltarte los pasos y directamente marcar los trazos por que si, de manera arbitraria.


Porque a ti sólo te importaba el resultado del cuadro, y a mí, el proceso de pintarlo, juntos.







He pensado en cortarme una oreja. Porque empiezo a pensar que quizás Van Gogh pensó que era el único que oía en un mundo que parece sordo, como, extrañamente, parece que te pasa a ti conmigo.

domingo, 8 de agosto de 2010

1942 -II-

Fue tan rápido como le permitió el pedal del acelerador. Le sudaban las manos, aunque no estaba muy seguro si era sudor o restos del agua que empapaba la luna del coche.

Miró por el espejo retrovisor esperando encontrar dos faros de un coche persiguiendole, pero se encontró con la soledad de la noche y algún que otro coche enlentecido por la lluvia que se alejaba de su camino a medida que él avanzada. Se acomodó en el asiento, algo más relajado y echó un vistazo a su acompañante.

Había bajado el quitasol y se miraba en el espejo pequeñito, retocandose el escaso maquillaje que se había dispersado en su cara, dejándole la apariencia de una vagabunda llorosa y ébria, o de algo peor, en lo que el chico no quiso pensar.

Ella pareció darse cuenta de que la estaba observando, y le regaló media sonrisa mientras volvía a poner el quitasol en su posición.

-Adrianne.- dijo mientras buscaba algo en su pequeño bolso empapado.

Él lo entendió como su nombre pero en lugar de decirle el suyo giró su mirada a la carretera, como si lo hubiese pillado infraganti.

Le había besado. Sin motivo. sin conocerlo. Sin ni siquiera saber su nombre. Desde luego, su acompañante improvisada era una chica de las que su tia. que paz descansaba afortunadamente, le habría advertido alejarse. Si por ella hubiera sido la habría dejado en la parada de algún tranvía como buen caballero y se hubiese marchado para hacer como si nunca hubiese sucedido.

Pero él no era así. O al menos no fue así con la tal Adrianne. Le intrigaba. En el pub le había parecido una snob acompañada de un futuro prometido rico, como tantas otras que paseaban por allí, y por consiguiente no le había prestado mucha atención hasta que ella fue la que empezó a mirarlo.Eso era lo especial.

Normalmente las chicas de su edad y ámbito social apenas si hablaban con desconocidos y menos en presencia de su prometido, o marido, pues no sabía quien era aquel hombre. Pero aquel chico parecía estar sufriendo enormemente por la mirada suplicante que le propiciaba a la chica. Parecía ser ella quien tuviese el control. Y aún así el creía que el hombre le estaría persiguiendo por raptarla.

Raptarla.

¿Era eso lo que había hecho?

La chica había sacado una caja de cigarrillos de su bolso y tras colocar uno en su fino palo de fumar, había comenzado a aspirar el humo con la elegancia de una dama adinerada, la curiosidad de una adolescente y la sensualidad de aquello con lo que la había comparado en su mente con anterioridad.


El olor a tabaco lo hizo girar la cabeza en su dirección y se encontró con los de Adrianne. Profundos. Negros, grandes y almendrados.

Olvidó toda intención de pedirle que apagase el cigarro y por toda acción, cambió a quinta y sin querer tomó la avenida que llevaba hacia la salida de la ciudad.


-No me gustan tus ojos.- dijo la recien conocida desconocida.- son demasiado verdes. Mi padre solía decir que los ojos verdes no son naturales. Son un pacto con los Dioses demasiado obvio como para tener confianza hacia esa persona... pero, ya sabes, son solo habladurías de un viejo chiflado. Oh Dios... como hecho de menos sus prohibiciones.- dijo sonriendo de manera afable.

El chico resopló, desconcertado. ¿Estaba intentando empezar una conversación amable e informal, por medio de una crítica a sus ojos? No era muy buena manera de comenzarla. Además ¿Es que no iba a contarle nada del beso, ni del por qué quería huir? estaba claro que quería huír. ¿Pero de qué?

-Tampoco le gustaba que fumase.- dijo, agitando el cigarro y esparciendo las cenizas por el asiento- y mírame...

El chico le dedicó una mirada al retrovisor en lugar de a la chica. Le había incomodado esa frase No era un simple "mirame, ahora fumo" era una proposición a mirarla. Se sintió sonrojar. Y su gesto fue en aumento con la carcajada que emitió su acompañante a continuación.

-Oh... Dios... eres sólo un niño.- dijo Adrianne.

-Tengo 24 años.- se sorprendió el mismo diciendo.
-Vaya... justo dos más que yo. Eso me confirma que eres un crío.- y volvió a sonreir.

Adrianne estaba empezando a resultar un poco molesta y el chico se dió cuenta que no sabía donde iba, cuando tomó la salida hacia un bosque cercano.

Apagó el motor cuando llegó al lugar más iluminado, y posó su cabeza sobre el volante. Confundido, agotado, sorprendido, enojado.

Al hacerlo vió la hora que marcaba su reloj de pulsera. las 3 am. A esa hora debía estar ya dormido y así poderse levantar mañana con el alba, para trabajar.

-Oh, vamos.- dijo la chica que pensó que estaba llorando, y se acercó a el medio acuclillandose en su sillón y acariciando el pelo del chico.- no está tan mal ser un crío. De hecho yo lo soy a veces.

Giró de nuevo su rostro al de la chica. De nuevo los ojos negros y profundos lo miraban con mirada ininteligible. Ardiente. Cariñosa. Inteligente. Suya.

Y la besó.















[Si me quieres dibujar prefiero el gris.]

jueves, 5 de agosto de 2010

1942 -I-

Intentó ocultar la sonrisa entre las manos, pero apenas logró disimular los hoyuelos de sus dos mejillas. Últimamente reía por todo. Lloraba por nada. O al menos, por lo que los demás consideraban nada.

Bebió otro sorbo de su ya apurada copa de whisky mientras jugaba a clavar las pupilas en las de su acompañante. Él hacía lo mismo pero con semblante serio, casi suplicante y furioso.

Ella cruzó las piernas al tiempo que dejaba la copa en la mesa que habían elegido para la cita. No muy lejos de la puerta, pero apartada de los demás por el biombo que separaba la sala principal de la reservada. Apartó la mirada del chico, divertida y la posó sobre las gotas que marcaban un ténue recorrido sobre el cristal del bar, o eso quería hacer pensar.Quizás es que miraba al sombrero negro que envolvía unos cabellos dorados que enmarcaban un rostro pálido con labios rojos, devolviendole la mirada.

No se había percatado hasta ahora que fuera había comenzado a llover.


-Esto tiene que acabar.- dijo el chico,poniendo con gesto autoritario la copa sobre la mesa a escasos centímetros de la mano de ella.

Pero la dama, no se sobresaltó. De hecho ni siquiera pareció inmutarse.

Los charcos se iban acumulando en las aceras hasta hacía algunos momentos llenas de personas. Ahora, las únicas personas que se aventuraban al frío del exterior entraban corriendo al pub, o en su defecto, acomodaban sus sombreros en una carrera inminente hacia su destino.

Él abrió mucho los ojos ante los desprecios de la chica. Con la mandíbula desencajada y a punto de saltar de la silla, que comenzaba a resistirse a los movimientos nerviosos del hombre.

El camarero interrumpió el silencio denso de la mesa preguntando si querían otra copa, y recogiendo la de la chica, que apenas le dedicó una sonrisa y se apresuró a demostrar su contrariedad a la proposición.

Para Él eso fue la gota que colmó el vaso y por toda respuesta, emitió una sonora carcajada cuando el camarero se alejó de la mesa. Había acabado ya su turno.

La chica giró la cabeza ante la risa de su acompañante, y su compuso un gesto asustado que disimuló buscando en su bolso un abanico de plumas. No recordaba porqué se había puesto guantes aquel día. Pero se arrepintió al dejar caer el estuche de cashemire de su diminuto bolso, partiendolo en mil pedazos.

Era la señal que esperaba.La chica se levantó de la mesa, y a la par lo hizo su acompañante, intentando retenerla sin mucho entusiasmo.

Ella no le dedicó más de tres segundos a la despedida, nada más que un pestañeo y puso fin a tres años de desconcierto. Él la vió salir con su vestido negro de flecos y empaparse los cabellos al girar la esquina, sin preocuparse mucho por el rumbo de ella y encendiendo un puro que sacó de su bolsillo. Dió una calada honda, y por primera vez en tres años, respiró.


Notaba como se le pegaba el pelo a la cara a medida que avanzaba por la calle casi a oscuras. Sintió el frío de su vestido pegado a la piel, pero no le importó demasiado. Giró la esquina y ... allí estaba.


El camarero había terminado por fin su turno. Deseaba llegar temprano a casa, no le gustaba conducir lloviendo, y menos aún la vieja máquina que tenía por coche. Salió del pub a toda prisa y se quitó la chaqueta del uniforme empapandose tan sólo la camisa blanca, y poniendo esta a cubierto dentro del auto, mientras el daba cuerda al coche con la manivela.

El cielo parecía querer caer y cuando el traqueteo de la máquina le hizo saber que estaba lista para arrancar, le sorprendió el reflejo de una chica empapada frente a él. La misma chica que había pedido un whisky doble y lo había depositado poco a poco en el jarrón de la mesa donde estaba cuando no miraba su acompañante. La misma chica que había estado mirandolo toda la noche a través de su espejo de cashemire mientras fingía maquillarse. La misma chica que disimuló una sonrisa cuando él dejó caer dos vasos al sentirse observado.

Se levantó de la acera, donde estaba acuclillado con la sensación de estar metido en una piscina y el leve claf claf de los calcetines mojados.

La chica se acercó a él, apartó los mechones de su cabello de los ojos y dijo, casi en un susurro:

-Llevame lejos, dónde el sol tenga miedo de vernos salir y la luna sea demasiado tímida para seguirnos.-

Y le besó.

Él, la metió en el coche y arrancó.

martes, 3 de agosto de 2010

Serendipity

Llamalo casualidad. Llamalo destino. Llamalo como quieras.

Yo imagino que me quedé en esa playa hace unos seis años e imagino que tu te quedaste en aquel ascensor, donde el tiempo pasaba como pasaban los pisos, sin apenas darnos cuenta de que avanzabamos.

Es curioso esto de las serendipias. Cuando menos te lo esperas vuelves a mi como quien no quiere la cosa. Con esa sonrisa misteriosa tuya y esas ganas de contarlo todo sin decirme apenas nada. O a escondidas, como yo lo suelo llamar.

Yo sé que tu esperas de mi que sea tus palabras, como suele ocurrir aunque no quieras, y yo simplemente no sé que espero de mi misma. No sé porque me embriaga el mañana si sigues tú presente en él.


Me resulta extraño sentir que no ha pasado el tiempo para nosotros y me regodéo en el futuro, pues es el único enemigo que puedo buscar hoy por hoy, ya sabes... me gusta buscar la dificultad a mis objetivos.


No me intriga el hecho de que estemos tan conectados -y nunca mejor dicho- sino el hecho de que retomemos nuestra vida como si nunca la hubiesemos dejado marchar. Como si ninguna de nuestras mitades juntas se hubiesen separado, como si simplemente supiesemos que teníamos que reencontrarnos de nuevo, como si nadie nunca hubiese hecho pedazos nuestros corazones. Con la misma naturalidad que quien sonríe por que sí. Seguros y a la vez con la incertidumbre de quien espera un imposible.

Quizás esté ya divagando, como suelo hacer a veces, pero el caso esque esta vez no me importa. Yo no voy a dejar pasar el momento porque me parezca demasiado arriesgado.

Las casualidades no existen tres veces en la vida, y desafortunadamente, ésta ya es nuestra segunda.